Recuerdos: Federratas y perros Imperiales

Sistema Achenar, capital Imperial. 
Terminal Baker, en órbita de Yamaha's Grave.
Marzo de 3303.

Aturdido y abrumado
por la duda de los celos
se vé triste en la cantina
a un bohemio ya sin fé.

Con los nervios destrozados
y llorando sin remedio,
como un loco atormentado
por la ingrata que se fué.

Las estaciones imperiales tenían la cualidad de tener que demostrar sus lujos a todo volumen, en todas partes y en todo momento. Era común en las cantinas del Imperio escuchar temas opulentos: grandes composiciones orquestales, música en vivo con instrumentos únicos y exóticos... En aquél bar de Achenar en particular, habían escogido música grabada, pero no una música cualquiera: Canciones de un autor que databa del siglo veintiuno, cuyas grabaciones habían sobrevivido hasta la actualidad.

El español era el idioma natal de M. Volgrand, por lo que escucharlo en aquella voz masculina le llamó la atención, especialmente por el curioso acento y el uso de palabras de una forma distinta a la que estaba acostumbrado.

Una vibración en el brazo indicó una llamada entrante. Al activarlo, el proyector holográfico formó el rostro de una mujer.

—Buenas noches, Manuel.

Volgrand guardó silencio.

—¿Qué te ocurre?
—Me preguntaba por qué me llamabas después de tanto tiempo, Sara.
—Oh, ¿no puedo querer ponerme al día con mi ex-prometido? Caballero M. Volgrand, de su majestad Imperial. Debes estar nadando en la abundancia —añadió con sorna.
—Al menos aquí no asesinan a pilotos por una simple multa de aparcamiento.
—No, ahí los esclavizan.
—La galaxia es un lugar cruel —sentenció Volgrand—. ¿Qué quieres? Te conozco demasiado bien.

Sara, al otro lado del comunicador, se echó hacia atrás acomodándose en una silla. Volgrand pudo ver la parte superior de un elegante vestido rojo; ella tomó una copa y le mandó un brindis desde donde fuera que llamase.

—Me he enterado de lo que estás preguntando, de las sospechas que intentas confirmar.
—¿Acaso me espías?
—Tenemos amigos en común. Has preguntado a todos tus contactos en el Imperio, la Federación y la Alianza. Era cuestión de tiempo que me enterara.

Volgrand tomó un trago de su propia bebida, un brandy Laviano. Si de algo estaba seguro es que Sara jamás había querido hacerle daño; puede que ya hubiera demasiada distancia entre los dos, pero no había odio.

—Estoy en peligro, ¿verdad?
—Por supuesto. Estás intentando descubrir un secreto que lleva oculto cientos de años. Los exploradores del Childrens of Raxxla están cada vez más cerca de descubrir incómodas verdades, y muchos ojos federales están vigilando los acontecimientos en Formidine Rift y demás. Tengo entendido que estuviste por ahí.
—Ayudé a mapear el Puente de Heisenberg, sí. ¿Tienes algo de información para mi?
—Por supuesto: Tienes razón.

El silencio que siguió a eso quedó cubierto por el solo de guitarra de la ancestral canción.

—¿En qué?
—En todo —concluyó Sara—. Los Percebes y los artefactos alienígenas, las ruinas de los Guardianes, los mensajes de la comandante Salomé, la restricción en Col-70, el súbito interés de las potencias en las Pléyades, el proyecto Exodus, Inra... Todo está relacionado.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque si sigues las líneas de mando todas responden a un único colectivo. No sé a quién —aclaró—, pero todas conducen al mismo lugar.

Volgrand se gastó unos momentos en asumir esa información. Cuando él decía que todo estaba relacionado no esperaba... eso.

—Una conspiración a nivel galáctico durante siglos... Es difícil de creer.
—Créelo. A todo esto, mueve el proyector a un lado, que pueda ver detrás tuyo.

Volgrand hizo lo que le pidió Sara y, tras unos segundos, volvió a mover el proyector frente a él mismo.

—Los tres tipos que hay detrás tuyo, que visten pomposos y de blanco y azul, son agentes federales.
—¿Vienen a por mi?
—Sí. Quieren silenciarte, y también averiguar dónde esconde Palin todos los artefactos que han recuperado los comandantes de Canonn Interestelar. Probablemente luego modifiquen tu mente para que te conviertas en un espía sin saberlo.
—Eso parece más propio de la Alianza.
—¿No te he dicho que todo estaba relacionado? La Alianza sabe algo al respecto, pero no sé bien el qué.

El comandante se acomodó en la silla de la barra, echando su bebida a un lado.

—Gracias por la información, federrata.
—No hay de qué, perro imperial. No dejes que te capturen.
—¿Oh, ahora te preocupas por mi? —preguntó Volgrand con media sonrisa.
—No, es que me dará mucha pereza averiguar qué hicieron contigo después. Cambio y corto.

La comunicación se cortó en el proyector holográfico. La canción parecía estar llegando a su fin. "Mozo, sírvame la copa rota, quiero sangrar gota a gota, el veneno de su amor". Volgrand bajó una mano a la cadera y su traje Remlock se abrió, revelando una pistola láser que él posó sobre su regazo. A su espalda, los tres hombres de los que le había advertido Sara se levantaron.

Esos ilusos iban a descubrir pronto que la Federación de Pilotos no otorgaba el rango de combate "Maestro" a cualquier comandante. Volgrand esperaba no causar demasiados destrozos: sería un auténtico crímen perder una grabación milenaria de semejante calidad.

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